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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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02-03-2018

 

La crisis del agro en el Uruguay del 70' y hoy, según Astori

 

SURda

Notas

Opinión

Eduardo Gudynas / @EGudynas (*)

 

 

En 1971 un joven Astori decía que la baja productividad era de las principales causas de la crisis del agro. Proponía una reforma radical y romper con el imperialismo. Hoy su discurso es diferente
Eduardo Gudynas / @EGudynas (*)

Un fuerte debate sobre el papel del sector agropecuario no es algo nuevo en la historia del país. Se han repetido en el pasado y en algunos de ellos participaron quienes se convirtieron en destacados actores políticos. Uno de los casos más relevantes es Danilo Astori, quien en 1971 publicó

“Latifundio y crisis agraria en el Uruguay”

. Esto ofrece una oportunidad extraordinaria para comparar lo que se decía y había en aquel entonces, contra los discursos y prácticas actuales. ¿Qué se aprendió y que se olvidó en estos 47 años?



El “joven” Astori es muy claro: Uruguay sufría una larga crisis agropecuaria, que alcanzaba su mayor gravedad a inicios de los años setenta, al tiempo de la publicación del libro. La producción estaba estancada, y esto se debía a la subutilización de las potencialidades productivas del país. Ofrecía un simple esquema de tres componentes encadenados: el subaprovechamiento lleva a un estancamiento y esto genera la crisis.



La solución que defendía Astori era aumentar la productividad por hectárea, pero la principal traba radicaba en la estructura de la propiedad de la tierra. Por esa razón, proponía eliminar tanto minifundios como latifundios, a tono con las ideas de reforma agraria de los años sesenta, y afirmaba que la explotación de la tierra debería servir a toda la sociedad. Su complemento necesario era transformación económica integral y una ruptura con el imperialismo. Son, sin duda, metas y lenguajes muy distintos de los actuales.

 

Los factores en el estancamiento

El actual gobierno no habla de reforma agraria pero repite la apuesta a aumentar la productividad y exportaciones como salida de la crisis. En ello no soluciona problemas como el bajo empleo rural y la subordinación comercial del país, que ya fueron señalados por el “joven” Astori.



Pero por sobre todas las cosas, sea en aquel pasado como en el presente, no se abordan los límites sociales, económicos y ambientales del desarrollo agropecuario nacional, aunque hoy en día son todavía más evidentes. En realidad esta y otras crisis no son episódicas, sino que son componentes inevitables de este tipo de desarrollo agropecuario. Eso es justamente lo que hay que debatir.

 

El diagnóstico del estancamiento agropecuario, según un Astori que aquel entonces contaba con unos 31 años de edad, se expresa en cuatro problemáticas clave. La primera era una alta participación de productos agropecuarios en las exportaciones, lo que implica fuerte dependencia de los mercados internacionales. En segundo lugar, el agro demandaba muy poco empleo, y asociado a esto, en tercer lugar, había limitados encadenamientos en que los productos agropecuarios sirvieran como insumos para industrias nacionales. Finalmente, señala su participación en la inflación.



Es fácil advertir que de ese listado al menos tres de esos factores en sus aspectos esenciales se repiten en el Uruguay de hoy. El país sigue exportando sobre todo materias primas (en 1971, cuando se publicó el libro de Astori, el 80% de las exportaciones eran materias primas; en 2016 fue el 78%, según datos de CEPAL). Lo único que cambió es la composición porque décadas atrás dominaban las carnes, lanas y cueros, mientras hoy son los granos, troncos de árboles y carne.



De un modo u otro, el país sigue atrapado en ser un proveedor más de commodities y eso impone un papel subordinado en el comercio mundial. Hoy se reconoce esto como una de las cargas de la globalización, dado que el país está atado a demandas y precios determinados en el exterior. Han cambiado algunos actores en ese juego comercial, como la relevancia de China como mercado vital para nuestras exportaciones.



Otra vez la producción de agroalimentos sólo limitadamente nutre cadenas industriales nacionales. Algunos ejemplos exitosos, como ocurre en el sector lácteo (que integró productos cada vez más elaborados), no se repitieron en otros rubros. Siguen las serias limitaciones para crear empleo rural, y las megainversiones que se esperan, como la planta de celulosa UPM-2, no solucionarán este problema. La inflación actual se debe a unas cuantas condicionantes distintas a las del pasado.



Este breve repaso muestra que al menos tres de aquellos factores siguen presentes en la actualidad, y el Astori de hoy, como el resto del gobierno por momentos parecen no comprenderlo.

 

 

El joven Astori proponía la reforma agraria

 

Del análisis sobre el estancamiento, el “joven” Astori pasa a abordar los recursos naturales disponibles. Subraya que se cuenta con una muy alta proporción de tierras aprovechables en relación a la superficie total del país.



Muchas naciones tienen grandes superficies, pero el porcentaje de suelo apto para la ganadería y agricultura es mucho más acotado. En Uruguay, en cambio, según los indicadores de aquel tiempo, las tierras productivas alcanzan un envidiable 88.5 % de la superficie del país. Pero enseguida Astori reconoce una cuestión obvia: esa superficie no puede aumentarse, es un recurso finito (en su libro se indican 17 millones de hectáreas; en la actualidad, se calcula en 16,4 millones de hectáreas). El punto es que esa superficie siempre estará acotada al tamaño del país.



En este reconocimiento, Astori queda enfrentando al concepto de límites ecológicos. La idea de “límites” al desarrollo apenas asomaba a fines de los años sesenta, y el joven economista no la consideró en todas sus dimensiones (pero su relevancia es clave como discutiré más abajo).



Regresando al libro, como la superficie del país no se puede agrandar, Astori concluye que es necesario un aumento sustancial de la productividad. Razona que con ello se exportaría más, aumentaría el ingreso de divisas, y se potenciaría una industria nacional. Aunque reconoce que se debe cuidar el suelo, es evidente que imagina un salto productivo a partir de usar más fertilizantes, controlar plagas, implantar praderas artificiales, hacer rotaciones, entre otras cosas.



Las trabas no estarían en la disponibilidad de tecnologías o en las capacidades humanas, sino que el mayor obstáculo para ese plan reside en la tenencia de la tierra. El título del libro de Astori adelanta su argumento:

“Latifundio y crisis agraria”.

La desigualdad en la propiedad, con minifundios y latifundios, y el desempeño de los terratenientes, serían los que determinan la baja productividad. Entonces, a tono con las lecturas de los años sesenta que reclamaban reformas agrarias, la solución para el despegue productivo estaba en un cambio “radical” en la propiedad. Se agrega que esto se debe complementar con una reforma económica radical y una ruptura con el imperialismo en tanto subordinación internacional.

 

Crisis de ayer y de hoy frente a los límites

 

Casi medio siglo después, se observa un aumento notable de la productividad (y la eficiencia) en muchos sectores agropecuarios, tal como reclamaba el joven Astori. Esto es claro en la agricultura (por ejemplo el arroz y la soja) y en la ganadería. Pero todo eso no se consiguió por la aplicación de una reforma agraria ni por una ruptura con la subordinación comercial como se reclamaba en 1971. En cambio, esa transformación discurrió bajo las convencionales estrategias de desarrollo rural capitalista, con el concurso de un Astori más veterano y con roles destacados en el gobierno nacional.



Sin embargo muchos de los problemas persisten. Tal como se indicó arriba, las exportaciones siguen muy primarizadas, la generación de empleo rural es pobre, y los encadenamientos con las industrias son muy limitados. A esto se suma un aluvión de indicadores que muestran serios impactos ambientales, especialmente por contaminación derivada de la agropecuaria en los cursos de agua. No puede ser de otra manera, ya que ese aumento de productividad requirió multiplicar los insumos: entre 2004 y 2014, aumentó un 165% las exportaciones de plaguicidas y un 185% la de fertilizantes. Estos y otros factores son evidencia de una estrategia productiva agropecuaria que choca contra distintos límites, tanto sociales y económicos, como ecológicos.



Regresa de esta manera la idea de “límites”, a la cual se había asomado Astori en 1971, pero que en 2017 siguen sin incorporarla adecuadamente. Recordemos que este concepto fue madurando sobre todo desde la década de 1960 por aportes de J.K. Galbraith y E.J. Mishan en el campo económico, Fred Hirsch en el social, y sobre todo por el reporte

“Los límites del crecimiento”, enfocado en las condiciones ecológicas y dado a conocer en 1971.

Entre estos límites, el más rígido es el ecológico. Los recursos naturales, como el hierro, el petróleo o el suelo fértil, están acotados. Por lo tanto, el sueño de un crecimiento económico perpetuo en base a la explotación de la naturaleza es imposible, sea porque algunos recursos se agotarían, otros se destruirían (por ejemplo por erosión) o por que la naturaleza no se podría recuperar de la contaminación.



Todos estos límites están presentes en la actual agropecuaria uruguaya. Los productores chocan contra márgenes muy acotados de rentabilidad bajo un negocio que es muy volátil, tanto por condiciones climáticas, sanitarias como comerciales. Las limitaciones sociales son evidentes en la continuada pérdida de productores y las dificultades con conseguir empleo en el campo. Por más que se intente avanzar sobre suelos superficiales, talar montes o desecar bañados, siempre habrá un límite a la superficie aprovechable. A ese recurso finito se suma otra cara de esos mismos límites ecológicos, y que consiste en que se rebasaron las capacidades de recuperación de algunos ambientes, y eso estalla en problemas como la contaminación del agua.



La izquierda convencional de los años sesenta y setenta nunca digirió esta idea de los límites al crecimiento. El progresismo del siglo XXI tampoco logró incorporar esta problemática, y termina ensayando medidas que son tardías, insuficientes e incompletas. La evidencia de esto está en el deterioro de la cuenca del Río Santa Lucía, sobre lo que se viene alertando desde la primera administración Vázquez sin que se resolviera adecuadamente.



Como en los años sesenta los límites no eran un problema central, se insistía en soluciones que se detenían en un cambio radical en la propiedad de la tierra; es la visión del “joven” Astori. Esto era parte de las demandas de reforma agraria que se debatían en América Latina, y que estaban más o menos influidos por una postura marxista que consideraba que las alternativas descansaban en cambios de propiedad en los medios de producción.



Se podría argumentar que hoy en día, algunas de las respuestas desde el entorno gubernamental y de ciertos académicos afines, muchos de ellos que evidentemente no son astoristas, al poner el acento en el traspaso de dinero a los propietarios de la tierra, repiten una perspectiva similar que entienden a la desigualdad en la tenencia de la tierra como el problema central. Pero no discuten los modos de aprovechamiento de esa tierra. Dicho de manera muy esquemática y exagerada, no ponen en discusión el monocultivo de soja sino que les preocupa la transferencia de renta entre unos y otros.



De todos modos llama mucho la atención que esa desigual apropiación de la renta y de la tenencia en la propiedad en buena medida fue permitida y auspiciada por los gobiernos del Frente Amplio. Unos y otros caen en una contradicción cuando cuestionan la alta apropiación de renta por los terratenientes sin reconocer que entre los más grandes latifundistas del país están las empresas forestales, y que además gozan de beneficios tributarios. Han existido algunas voces aisladas (como por ejemplo Martín Buxedas, ciertos movimientos ciudadanos y algunos periodistas, entre otros), pero desde el progresismo no se han construido reclamos de peso por la nacionalización de los campos de las grandes empresas forestales extranjeras como Montes del Plata o UPM.



La oposición político-partidaria tampoco discute sobre los límites en el desarrollo agropecuario, y casi todos ellos concuerdan en el componente de aumentar la productividad como salida a la crisis del campo. Entre los productores llamados autoconvocados hay algunas voces que denuncian los beneficios a las grandes corporaciones (especialmente los fiscales), pero tampoco le hincan el diente a la propiedad de la tierra o a los impactos ambientales que están generando.



Ni unos ni otros ensayan una verdadera autocrítica si nuestros campos pueden seguir tolerando este nivel de intensificación o sobre la irresponsabilidad de los productores que contaminan ríos y arroyos. Mientras que en los años sesenta parecía que cualquier alternativa para el mundo rural exigía pensar una reforma agraria, el consenso en esta década del siglo XXI está en seguir aumentando y aumentado la producción. Todos apuestan a exprimir hasta el último terrón, y se dedican a pelear en la arena de los beneficios y perjuicios económicos.

 

Medio siglo después se siguen sin entender los límites

 

Para profundizar en la problemática de los límites en el desarrollo agropecuario es apropiado un ejercicio: le propongo al lector que imagine, por un momento, que toda la tierra del Uruguay se reparte equitativamente entre todos los agricultores y ganaderos. Este sería el escenario ideal de aquellos promotores de la reforma agraria de los años sesenta y le gustaría a muchos integrantes del gobierno actual. Tendríamos un situación de máxima equidad.



Pero si en todos esos predios se sigue adelante con exactamente las mismas estrategias productivas, se repetirán nuestros problemas actuales. Si todos se dedican a plantar soja transgénica con los mismos herbicidas, si todos aplican los cocteles de agroquímicos hasta matar a la última abeja y que los arroyos sean verdes, si se sigue exportando soja a China y carne a la Unión Europea seguiremos enfrentando los problemas actuales porque estamos chocando contra los límites.



Se mantendría la enorme presión ecológica sobre los recursos naturales, y seguiría su marcha la contaminación de las cuencas de nuestros grandes ríos. Los productores enfrentarían similares problemas de rentabilidad, ya que deben invertir crecientes sumas de dinero en maquinaria, insumos químicos, semillas, etc.



Con esos altos costos, cualquier episodio climático extremo, sea una inundación o una seca, puede comprometer los balances económicos de muchos productores, especialmente los más pequeños, y unos cuantos se tendrán que endeudar. Todos esos paquetes tecnológicos se basan en intensa maquinación y por lo tanto demandan poco empleo. Finalmente, todo ello es para seguir exportando más o menos lo mismo con lo cual seguiremos siendo dependientes de la globalización, y las decisiones de los mercados externos determinarán tanto la demanda como los precios.



Este ejercicio muestra que no basta discutir la propiedad de la tierra, sino que es indispensable repensar qué vamos a hacer con ella. En otras palabras, cuáles son las opciones productivas viables para la ecología, economía y sociedad uruguaya.



Por lo tanto, estamos ante dos visiones distintas. La vieja mirada que ponía el acento en la reforma agraria, o la más reciente que denuncia la desigual apropiación de la renta, creen basta intervenir sobre la propiedad de los recursos. Hay otra perspectiva que no reniega de eso, pero sostiene que además se deben pensar las metas, la estructura y las dinámicas del desarrollo.



Esta mirada comprende que hoy en día se ejerce un control y condicionamiento sobre todo en los procesos productivos y las redes de comercialización, y no tanto sobre la propiedad de los recursos naturales. Dicho de un modo más sencillo, ya no importa tanto quienes son los propietarios del petróleo o del suelo, mientras que aquellos que extraen o cosechan lo hagan bajo precisas condiciones tecnológicas y económicas y provean esas materias primas dentro de los canales tolerados y controlados por la globalización.



Lastimosamente, el gobierno sigue sin comprender esto. Las propuestas actuales no incorporan la problemática de los límites y repiten la apuesta por más productividad, como muestran los planes de la llamada intensificación sostenible o la nueva ley de riego, ambas promovidas por el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca.



Esos planes requerirán proporcionalmente mayores inversiones (dinero de los productores o del Estado, o sea toda la sociedad), y resultará en más contaminación y más dependencia a la globalización. Podrá haber mejoras parciales, pero volverá la crisis al poco tiempo, siempre dependientes de factores como una caída en las compras chinas o una anomalía climática.



Las crisis del agro no son episódicas, sino que son parte de este tipo de desarrollo agropecuario. Las soluciones que se intentan no resuelven esto ya que no abordan las estructuras y dinámicas centrales de ese tipo de desarrollo.



Por ello es necesario repensar las posibilidades y limitaciones del desarrollo rural en Uruguay. Esto es sopesar si es posible, por ejemplo, seguir apostando a la celulosa o la soja, o si es adecuado subsidiar más sectores primarios de exportación o en cambio encaminar esos dineros a promover industrias nacionales que procesen agroalimentos. Es urgente abandonar los rodeos y asumir que los costos ambientales de este tipo de agropecuaria son muy negativos y están imponiendo una dura carga para las generaciones futuras.



Todos estos temas llevan a discutir el desarrollo. Eso era justamente lo que se hacía en los años sesenta, con mucha pasión y apelando a todas las herramientas disponibles. Buena parte de esa tradición se ha perdido, y el progresismo gobernante tiene muchas responsabilidades en ello.

 

Algunos dichos del “joven” Astori

 

Selección de citas en“Latifundio y crisis agraria en el Uruguay”,por Danilo Astori, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1971.



Como se podrá apreciar, la manifestación más importante de ese problema agrario durante el transcurso del período referido es el estancamiento de la producción del sector. Y la contradicción de mayor relevancia ha sido, sin duda, la existente entre la subutilización de recursos que implica ese estancamiento y la creciente necesidad nacional de incrementar sustancialmente la producción agropecuaria (pág. 51).



En lo fundamental, el Uruguay siguió siendo, como antes, un país exportador de alimentos  de materias primas de origen agropecuario. Nunca dejó de cumplir su papel subordinado y dependiente en el esquema de división internacional del trabajo en que está inserto (pág. 64).



Quiere decir entonces que, en tanto el Uruguay podría concebir formas de aumentar la fuerza de trabajo disponible para el agro o el volumen de medios de producción afectados al sector, no tiene ninguna posibilidad de ampliar su dotación de recursos naturales (…) De esta manera, y en atención a esa escasez derivada de la imposibilidad de expansión, la conservación del recurso cobra una extraordinaria importancia. Y la ausencia de esa conservación adecuada, que es lo que ocurre en el país, origina la contradicción ya señalada, que también tiene, naturalmente, una considerable relevancia (pág. 73).



Cuando se dice que una estructura de la propiedad de la tierra como la que tiene el Uruguay es uno de los pilares básicos en que se sustenta el sistema, se está afirmando al mismo tiempo, que esa estructura es una de las condiciones imprescindibles para que el país no se industrialice y, por lo tanto, para que no comience a crear las condiciones objetivas de su independencia económica (pág.97).



Anteriormente se sostuvo que la clave de este último radica en la estructura de la propiedad de la tierra. De este modo, hay que afirmar ahora que no podría haber una superación del problema agrario, si esa estructura no es removida radicalmente, eliminando el latifundio y el minifundio, y poniendo la propiedad así como la explotación de la tierra al servicio de la sociedad en su conjunto y no del pequeño núcleo de grandes terratenientes (pág. 98).



Aquello no sería posible si no se realiza como parte de una transformación integral del sistema económico vigente en el país. Y esa transformación no implica solamente cambiar toda la economía del país. Significa ante todo romper los lazos de dependencia que lo mantienen sometido respecto al imperialismo (pág. 99).



(*)

Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES). Una primera versión de estas ideas se presentó en el programa Rompkbzas que se emite por radio El Espectador.

 

 

Fuente: https://www.sudestada.com.uy

 

 

 

 

 


 
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